Hoy dejo la poesía descansar y os traigo este microrrelato, fruto de uno de los ejercicios que hice el pasado verano en un curso de narrativa impartido por Mari Carmen Navarro, una mujer extraordinaria y gran maestra, con un corazón tan maravilloso que nos contagió a todos de su grandeza. Aquí tenéis la prueba.
BOLA DE NIEVE
El
clan de los Sínom se divide en varias tribus la cual más peculiar. La
característica principal de todos ellos es que poseen un ombligo en forma de
luna nueva. Por lo demás, nada tienen que ver los unos con los otros.
Por
un lado, encontramos los Sínom de la rama
de los “Nadaacambio”, los cuales,
en cuanto se cruzan con alguien, le regalan un ramo de flores. Alegan ante los
tribunales que gozan de superpoblación de ternura y para compensarlo, pasan el
día de casa en casa ofreciendo primaveras.
Si
cerramos los ojos y los exprimimos suavemente hasta vislumbrar un cerco dorado,
podremos descubrir al grupo de los “Confidentis”. De estirpe italiana, siempre tienen la puerta
abierta para que pases a tomar un capuchino. Me consta, que son grandes
hechiceros porque cada vez que alguien entra con cara de preocupación, sale de
un sosiego envidiable. Se estima que practican toda clase de encantamientos con
las palabras y formulan magia de consejos.
Dentro
de las enormes orejas de los “Confidentis”
se encuentran mis favoritos: los “Buenhumores”.
Son la familia más divertida de todas, la alegría los invade. Pasan todo el día
a carcajadas. Se ríen tanto y quedan tan flojos que si les soplas en la nuca
salen volando de las orejas, lo cual, provoca más risa aún a los demás y el
jolgorio se convierte en una espiral de la que nadie puede escapar.
Cada
miembro de la dinastía Sínom es un
copito de nieve, por eso, al agarrar el cristal y sacudir fuermente el mundo en
el que habitan, todos se mezclan formando una imagen majestuosa. Tan sublime,
que los ojos se me inundan de recuerdos. Tan espléndida, que me recuerda al
corazón del abuelo.
Por eso agito la bola, para que nieve cada día,
aunque sea verano.
